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Cuando la idea llega

Updated: May 14

No siempre llega cuando uno quiere, pero siempre sabe cuándo quedarse.


A mis 56 años, puedo decir que el momento en que una idea llega ya no es una batalla como lo fue antes. No hay angustia, no hay ese vértigo que te dejaba sin dormir. Ahora llega más bien como un susurro claro, sereno, natural. El desarrollo de esos primeros esquemas, que hace unos años eran una lucha interna —y muchas veces un acto desesperado— hoy fluye con honestidad. No porque las ideas sean mejores, sino porque uno es más honesto con uno mismo.


Esto no quiere decir que esa idea vaya a ser bien recibida. Muchas veces no lo es. Algunas veces no pasa nada con ella, se queda en el papel. O ni siquiera en el papel: en la cabeza.

Y está bien.


Porque con los años uno aprende que la mayoría de las ideas en arquitectura no se concretan. Son hijas que no nacen, pero que existen. Son parte de uno. Quedan en la mente, en el cuerpo, y en algún otro momento podrán ser revisadas, revisitadas. Eso también es parte del proceso creativo.


Yo diseño caminando. Caminar es parte esencial de mi oficio. En ese andar, muchas veces veo una imagen, un cruce de líneas, una sombra, una posibilidad. Y eso basta para que la idea merezca ser explorada. Antes necesitaba rayarla, bocetearla con lápiz. Hoy no siempre es necesario. Hoy, a veces, puedo pasar directo a un modelo tridimensional. Otras veces, un pequeño sketch basta para atrapar esa chispa y dejar que la idea empiece a crecer.


Y hay algo más que aprendí con los años: la primera idea suele ser la mejor. En Japón, cuando trabajaba con Riccardo Tossani, teníamos por costumbre hacer múltiples versiones de cada concepto. Variaciones, alternativas, caminos paralelos. Pero al final, siempre —siempre— volvíamos a la primera. Esa que salió casi sin pensar. Esa que nació desde lo más profundo. Esa que tenía el instinto del acierto.


Hoy ya casi no hago plan B ni plan C.

Vamos con la primera idea.

Y nos vamos jugados con esa.

 
 
 

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